Mejores amigos por siempre

Jatniel-Villarroel./
2 min readFeb 10, 2021

Era el primer día de escuela, la recién estrenada camisa blanca me azotaban la mente recordándome que ya estaba grandecito y que ahora no dependía del todo de mis papás.

Cuando me dejaron en la escuela sentí como ganas de llorar porque todos parecían ya conocerse y yo era muy bajito, con mucho sobrepeso; además, tenía un diente roto.

Adonde miraba estaba un grupo formado. Mientras buscaba con quien hablar vi a otro muchacho que estaba solo y ya se comía su desayuno, parecía que no le importaba esperar a la hora del recreo. Él, como estaba comiendo despreocupado, ya tenía en su camisa una mancha amarilla que parecía de mostaza, como a mí me pasaba eso fui hasta donde él estaba para hablarle.

Él me dijo: «hola, no te doy porque seguro tú trajiste algo en esa bolsa de papel. Es más, seamos amigos y así me das un mordisco de eso a la hora del recreo». Ya tenía un amigo, me sentía feliz, y como ese día mi mamá había puesto en la bolsa dos arepas con remolacha, no me importaba que se las comiera otro.

Me dijo que estábamos en la misma sección, así que subimos juntos al salón y nos sentamos uno detrás del otro. La clase se hizo eterna, la maestra habló y habló hasta la hora del recreo.

Estando en el patio de la escuela, él llamó a otro niño, era un negrito pelo rapado que venía con un balón de futbolito. «Aquí está el negro», me dijo. Y agregó: «vive al lado de mi casa y sus papás dicen que lo dejan andar con esa pelota a todos lados porque cuando sea grande será un gran deportista. El que los va a sacar de abajo». Jugamos hasta que una de las maestras nos mandó a clases otra vez.

Todos los días esperaba la hora del recreo para jugar con los amigos. Ya antes de terminar el primer lapso hicimos un círculo en la arena del patio y escupimos varias veces hasta hacer un charquito de saliva frente al cual juramos lealtad a nuestra amistad que duraría para toda la vida y más allá.

Terminó el año, salimos de vacaciones. En pleno agosto mi papá consiguió un mejor trabajo y tuvimos que mudarnos a otra ciudad.

Nunca más supe de mis dos amigos.

Hace un par de años vi en las noticias algo acerca de un jugador de fútbol de mi antiguo pueblo; pero no le presté mucha atención, ya ni su nombre recordaba.

Del otro amigo solo conservo la risa cómplice que se me marca en la cara cada vez que veo las manchas que quedan en mi ropa cuando como despreocupadamente.

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