La niña del 5.º B

Jatniel-Villarroel./
2 min readFeb 10, 2021

No que fuese una muchachita, todos en ese grado tenían casi que la misma edad. La menor de ellos tenía 15 y el más grande, 18 recién cumplidos; pero ella usaba lacitos en el pelo y quizá eso la hacía parecer más joven de lo que en realidad era.

La señora Rosa, su mamá, la llamaba «mi niña» y la gente la empezó a llamar así. A mí me parecía raro que doña Rosa no le decía su nombre sino que siempre que hablaba con ella decía expresiones tipo: «venga mi niña», y, además, con los otros hablaba de ella diciendo cosas como «mi niña está en clases de piano».

Yo nunca le había dirigido la palabra porque era de otra sección, aparte, me intimidaba que ella nunca sonreía; inclusive, yo temía que sus moñitos juguetones fuesen una especie de fijación en historietas japonesas y que de la nada sacase una catana lista para a aniquilarme por osar molestarla.

Sin embargo, últimamente, la niña se la pasaba sola, ya nadie se le acercaba. Se empezó a correr el rumor de que ella había descubierto tener una enfermedad terminal altamente contagiosa. Pero yo no la veía enferma, solo muy pensativa.

La niña empezó a faltar a clases. Según sus compañeros, cuando ella volvía, entregaba a sus profesores justificativos médicos. El rumor de su enfermedad se hacía cada vez mayor y la niña se iba quedando más y más sola.

Un día me armé de valor y le compré una tarjeta que decía «Recupérate pronto», pero pasaron dos semanas después de eso para que yo pudiese acumular el coraje suficiente como para entregársela.

En mi hora libre me senté en el pasillo a esperar que pasara para ir a entregarle la tarjeta. Al rato, allí iba ella, caminaba tan sola que incluso me pareció ver que hasta su sombra hacía como si quisiese apartarse de ella.

No había marcha atrás, ese era el día de ser tan cortés como valiente. Toqué su hombro y, aunque la voz me salió finitica, con mucha seguridad y gentileza le dije algo como: «hola, compré esto para ti».

La niña tomó la tarjeta, la leyó, sonrío levemente, me dijo algo al oído y se devolvió a su salón.

La niña no era una loca, tampoco una asesina desalmada ni se estaba muriendo mientras esparcía sus males por el mundo.

La niña estaba embarazada.

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