El poeta de las aves

Jatniel-Villarroel./
2 min readFeb 10, 2021

Pagar las cuentas ya era un problema mayor, la inspiración no saldaba deudas y dedicarse a escribir parecía cada vez más las decadencias de un adicto.

Sufría por no saber qué escribir, sufría por escribir y sufría al ver que los girones de la pared pelada eran un reflejo de mi vida, un desgaste aferrado a un cimiento que una vez, si no se vio bonito, parecía seguro, propio y reconfortante; pero ahora estaba agrietado, frío y dejaba entrever las carencias.

Las hojas seguían en blanco como para recordarme el vacío en que me había convertido. Nada era, nada hacía, nada proveía; solo era alacenas vacías, hojas sin escribir y paredes desteñidas.

En un acto de desesperación abrí la ventana y entre los barrotes, a lo lejos, noté que a pesar del viento recio, en el árbol de la esquina había un nido que parecía mecerse aunque las corrientes de aire lucían como si quisiesen arrancar de raíz todo lo que estuviese a su paso.

Escuché, o me hago creer que escuché el canto de un ave que nunca vi; así me di cuenta de que los barrotes de mi ventana ya no me protegían, los había convertido en las regentes imágenes de una prisión.

Sentí ganas de llorar y ya no solo escuchaba un ave, escuchaba muchas; el viento se hacía más fuerte y el canto de las aves se hacía más sereno, todas parecían cantar la misma canción para que yo la escuchase:

En tu libro viejo, ese de tapa negra que nunca abres dice que te fijes en nosotras. Hay alguien que siempre nos cuida y cuidará también de ti”.

Volví a escribir, me sentí como el poeta de las aves; no porque ellas me merecían ni porque fuese su señor, sino porque ahora me debía a ellas.

Miré nuevamente a través de la ventana y sonreí con esperanza porque quien cuida de ellas cuidará también de mí.

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