El club de los degenerados

Jatniel-Villarroel./
2 min readFeb 10, 2021

«Eres un desgraciado. Eso no se hace».

«Perro, ¿cómo se te ocurre?».

«Bendito loco, ahora sí que se las verá feas la vieja de tu madre».

«¡Malaya sea! piasoenano».

Eran cuatro pero insultaban a borbotones y sin parar mientras eran mal vistos por el montón de gente que atiborraba la sala con morbidez, una empatía seca y curiosidad.

Ahora los insultos eran mayores y acompañados de algunas risas entrecortadas.

Un señor que no conocían le pidió al cuarteto de muchachos que mejor abandonaran el lugar ya que incomodaban a la gente. Que mejor se fueran y que no volvieran.

Estos no dijeron nada y salieron en silencio.

Mientras se acercaban a la salida escuchaban murmullos que resonaban como un río crecido.

Se fueron a la casa de uno de ellos y se sentaron en el patio sin decir una palabra por horas.

El más joven tenía rato como buscando algo en su teléfono hasta que lo encontró y llamó a los otros tres para que vieran.

Era un video viejo, como de 10 años atrás. En él se veía a cinco muchachitos que se turnaban la cámara para grabar lo que hacían y pudiesen salir todos. Todos en esa ocasión hablaban al mismo tiempo y sonreían sin parar.

El mayor ya tenía un bigotico prematuro de esos que parecen pelusa, el otro era flaquito y con los dientes largos; había un tercero con los pelos como puyas, el cuarto muchachito era encuerpado de voz gruesota y el quinto, que era más bajito que los otros, tenía cara de inventador.

El video corría y dos de ellos se mordían los labios, otro tiraba golpes al aire y seguía dando insultos al que llamaban enano. El que puso el video en el teléfono dijo en voz alta:

«Toda la vida fuimos los cinco, siempre estuvimos para nosotros. Durante y después de cada partida de fútbol nos poníamos sobrenombres para ver cuál dada más risa; así nos demostrábamos afecto. Pero hoy somos cuatro y no nos podemos despedir como es. Todo por no incomodar a los hipócritas».

--

--